martes, 1 de marzo de 2011

No basta con tumbar al tirano: ¡Hay que destruir el Estado de los explotadores!

Revolución Obrera nº310, organo de la Unión Obrera Comunista (Marxista Leninista Maoísta)


Con júbilo, las masas populares del mundo contemplaron la caída de uno de sus peores tiranos, Hosni Mubarak, lacayo de los imperialistas yanquis y dictador del pueblo egipcio durante 30 años. Una gigantesca rebelión popular sacudió Egipto haciendo temblar en sus cimientos esa sociedad sometida a la explotación semicolonial imperialista.

Los medios de comunicación al servicio de la burguesía imperialista, los medios “independientes” voceros la pequeña burguesía e incluso algunos de la izquierda cantan loas sobre la momia derrocada, saludan el levantamiento popular y le atribuyen la victoria a la democracia… Casi todos, esconden las causas más profundas de la rebelión popular e incluso algunos se la atribuyen a una conspiración de la central de inteligencia americana – CIA.

No hace mucho, desde las páginas de Revolución Obrera se alertó al proletariado sobre la crisis económica mundial del capitalismo imperialista agonizante, y cómo ella, al exacerbar todas las contradicciones económicas, sociales y políticas, produciría grandes levantamientos populares (la rebelión de las principales fuerzas productivas) e incluso posibilidades para el triunfo de la revolución proletaria.

¿Acaso Egipto escapaba a la crisis mundial que azota el mundo? No. Esta es precisamente la causa inmediata más profunda del gigantesco movimiento social que está haciendo tambalear el dominio de los explotadores.

La rebelión que aún no termina y que tumbó al llamado faraón, comenzó a gestarse en el 2006 cuando apenas se anunciaba la crisis económica, con el consecuente despido masivo, desempleo, carestía, hambre y miseria, que fueron rechazados con numerosas huelgas obreras aplastadas por la bota militar… el viejo topo de la revolución del que hablara Carlos Marx, sin embargo, siguió horadando mostrando por primera vez en todo su esplendor su obra a principios de 2008, cuando la sociedad egipcia no aguantó más y las masas populares, acosadas por el hambre, se volcaron a las calles en lo que la gran prensa llamó la “crisis o guerra del pan”, tratando de ocultar el embate del movimiento obrero que en los primeros días de abril de ese año protagonizó una poderosahuelga general o Huelga Política de Masas contra el alza del pan y del costo de vida y por aumento de salarios, pero también, desde esos días, por la cabeza de la momia Mubarak, como representante de los explotadores.

Desde antes del 2006 se estaba acumulando la energía que hizo explosión a principios del 2011 y que se constituyó en la fuerza decisiva de la ofensiva final contra el régimen de Murabak cuando las huelgas políticas se extendieron de El Cairo, la capital, a los principales centros fabriles y comerciales: Aswan, Helwan, Mahala, Quesna, Alejandría, Suez, Ismailia, Port Said, Mansura, Damanhur, Qalyubiya… un profundo movimiento social surgido de la explotación asalariada pero presentado por la prensa oficial como un movimiento de la “juventud de las clases medias” pidiendo democracia. Esa era sólo la apariencia de un gigantesco y poderoso movimiento de los trabajadores que, ante la ausencia de su propio Partido independiente, ha sido hasta ahora canalizado por las reaccionarias clases dominantes para dirimir sus contradicciones y la lucha por el poder del Estado.

El vertiginoso crecimiento económico de Egipto en la última década, como producto de la inversión imperialista y la superexplotación de los trabajadores, se encargó de madurar las condiciones de la gigantesca explosión, demostrando que ley absoluta de la acumulación capitalista, consistente en la concentración de la riqueza y la disipación en la élite parasitaria y la concentración de la miseria, el hambre, el embrutecimiento y la opresión en la inmensa mayoría trabajadora, se hace mucho más dolorosa y terrible en esta etapa de profunda agonía del imperialismo. Pero así mismo, muestra que esas condiciones despiertan las fuerzas poderosas de la clase más vigorosa de la sociedad, que tiende por sí misma a la revolución y al socialismo, pero que necesita de un Partido revolucionario para transformar la justa rebelión en revolución social y política que destruya todo el poder del capital.

Confirmación de la profundidad del movimiento es que la rebelión no culminó con la caída de Mubarak sino que, según la AFP: “condujeron a una ‘explosión’ de movimientos sociales en todo Egipto… Empleados de los sectores de transporte, banca, petróleo, textil e incluso la prensa oficial y algunos organismos gubernamentales están en huelga para pedir aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo…” Este movimiento es encabezado por 12.000 obreros, en su mayoría mujeres, de la mayor fábrica textil del país, Hilaturas Misr, que emplea a 24.000 proletarios en Mahala al Kubra, en el delta del Nilo: ¡son las mismas mujeres que en abril del 2008, desafiando la muerte, abrieron fuego contra la explotación y la dictadura!

Los hechos demuestran que tras la apariencia de una lucha de la juventud por la democracia, destacada unilateral e interesadamente por la prensa al servicio del imperialismo, se enfrentan las clases antagónicas de la sociedad moderna: la burguesía y el proletariado. Enfrentamiento del cual hasta ahora han sacado provecho los contradictores de Mubarak, también enemigos del pueblo trabajador. Cayó Mubarak gracias a la fuerza invencible de los trabajadores, pero el enfrentamiento entre las clases antagónicas prosigue y ya se hace más claro con la amenaza de las fuerzas represivas del Estado al servicio de los explotadores, que quedaron intactas, de aplastar la rebelión social.

Cayó el faraón, una momia que servía de instrumento de las clases dominantes egipcias y los imperialistas yanquis, pero toda la maquinaria estatal, el instrumento de cual se sirven los explotadores para garantizar sus asquerosos privilegios, quedó incólume. La rebelión popular no tocó el Poder de las clases dominantes y ese poder, al igual que lo usó Mubarak durante sus treinta años de feroz dictadura, será usado también por los nuevos gobernantes contra las fuerzas que ayer lo tumbaron. No por casualidad Lenin, uno de los maestros del proletariado, afirmó: ¡Salvo el Poder todo es ilusión!

Cayó un tirano, es cierto, pero el poder político y económico aún está en las manos de los lacayos burgueses y terratenientes egipcios, quienes cuentan con sus fuerzas militares y el respaldo de sus amos imperialistas norteamericanos, europeos y asiáticos que han corrido a saludar la nueva forma de la misma dictadura burguesa y se aprestan a poner sus fichas en el nuevo gobierno. La “transición pacífica de poder” anunciada por el compañero de armas de Mubarak, el asesino general Mohsen al-Fangari con miras a “un gobierno civil elegido” no significa un cambio en la esencia del Estado reaccionario egipcio, sino una componenda entre las distintas facciones de las clases dominantes, un acuerdo para seguir cabalgando sobre el pueblo.

La lección más clara de la rebelión en Egipto es que No Basta con Tumbar al Faraón: ¡Hay que Destruir el Estado de los Explotadores! Y para ello la clase obrera necesita su propio Partido político independiente que sea capaz de concentrar la energía y la iniciativa histórica de las masas contra el poder de las clases dominantes, para no dejar piedra sobre piedra de las viejas instituciones que perpetúan los privilegios de las clases ociosas, construyendo sobre sus ruinas el Estado de obreros y campesinos que garantice a través de los pasos necesarios y basándose en el Poder Directo de las masas armadas, la abolición de la propiedad privada y las clases. Construir ese tipo de Partido es la tarea más urgente de los proletarios revolucionarios pues la crisis económica mundial, pese a la leve recuperación de los últimos meses, agrava la crisis social y producirá nuevos y más grandes levantamientos y rebeliones populares.

De hecho, la rebelión obrera y popular que comenzó con las grandes Huelgas Políticas de Masas en Europa se ha extendido a todos los países del norte de África, llega al Medio Oriente y… demostrando una vez más que “una sola chispa puede incendiar la pradera” porque el mundo está maduro para la revolución y la crisis económica mundial, que hoy sacude al capitalismo imperialista, acerca el triunfo de la Revolución Proletaria Mundial.

Las masas, y especialmente, el ejército proletario mundial, está haciendo su tarea, cumpliendo su misión de rebelarse contra toda forma de explotación y de opresión; pero ese ejército, que se encargará finalmente de enterrar el cadáver insepulto del imperialismo, necesita de un Estado Mayor que lo dirija: la Internacional Comunista de nuevo tipo, el Partido Mundial del Proletariado Revolucionario, el instrumento imprescindible y dispositivo estratégico principal para instaurar el socialismo y el comunismo en toda la tierra.

Leído en el blog comunista camarada ODIO DE CLASE

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