Ante la situación de indefensión en la que me encuentro tras la agresión sufrida durante el partido del Maccabi de Tel Aviv por parte de la ertzaintza, la más que previsible versión distorsionada de los hechos que den los cuerpos de seguridad, el acoso y hostigamiento al que cada vez más nos estamos viendo sometidas las personas que en uno u otro momento hemos realizado tareas de portavocía del movimiento internacional BDS en Euskal Herria, y el bloqueo mediático a que este movimiento se ve relegado, procedo a relatarles lo acontecido el pasado 24 de marzo en las instalaciones públicas del Pabellón Buesa Arena de Gasteiz, sin ninguna esperanza de que llegue a tener ningún tipo de transcendencia pública o política, pero con la intención de que quede constancia escrita de los hechos.
El pasado 24 de marzo, y dentro de las iniciativas de protesta que desde la red Euskal Herria-Palestina Sarea se convocaron con motivo de la visita a Gasteiz de la delegación deportiva israelí, cinco personas adquirimos entradas de primera fila en los asientos posteriores al banquillo local, con la intención de mostrar banderas Palestinas (bandera legal y reconocida por las Naciones Unidas y el Comité Olímpico Internacional) y que desde ese punto no pudieran ser evitadas por los realizadores de televisión. Prácticamente en el mismo instante en que desplegamos nuestras banderas un espectador de los asientos posteriores, molesto por la muestra de solidaridad, nos increpó y nos amenazó con «arreglar esto a hostias...», ante nuestra indiferencia se abalanzó sobre mi intentando arrebatarme la bandera cosa a la que yo me resistí tirando del otro extremo de la misma y sin mediar ningún tipo de contacto físico por mi parte. En cuestión de segundos un grupo de ertzainas se abalanzó sobre mi y sin mediar ningún tipo de palabra o requerimiento me arrancaron de mi asiento arrastrándome por el suelo hasta el sótano del pabellón (me reitero en la precisión de que en ningún momento intenté invadir la zona de banquillos sino que fueron ellos quienes me arrastraron desde mi asiento hasta el pie de cancha).
Una vez en el sótano me mantuvieron durante un largo periodo de tiempo (que por la confusión del momento no sería capaz de concretar) inmovilizado en el suelo, en una postura forzada, con la bota aplastándome la cara contra el suelo y sin atender a mis quejas de dolor. En un momento dado varios ertzainas me colocaron de cara a la pared y me pidieron la identificación. Yo, confundido, intenté comunicarles que no podía identificarme porque todas mis pertenencias se habían quedado en el asiento de donde me habían arrastrado. Ante lo violento de la situación y mi estado de confusión por los gritos simultáneos de varios agentes pedí que me dejaran llamar a un abogado de confianza, ante lo cual uno de los agentes (a quien no podría identificar porque en todo momento me encontraba con la cara pegada a la pared -creo, además, que estaba encapuchado-) se abalanzo sobre mi por la espalda y asiéndome por los hombros me estampó la cara contra la pared, mientas que me profería gritos que por mi estado de aturdimiento tras el golpe no puedo recordar. Tras el golpe el agresor se retiró y aparecieron otros dos ertzainas, al parecer de mayor grado, y a cara descubierta, ante quienes me identifiqué. Otro agente de paisano que aparentemente era el responsable de la seguridad del pabellón comenzó a relatar a los de mayor graduación una versión de los hechos absolutamente distorsionada (según su relato, yo habría iniciado una pelea con otro espectador...), ante mi presencia, al parecer para elaborar el informe de los hechos.
Yo todavía aturdido rehusé a contradecir su versión (algo que por otra parte hubiera sido inútil), y le transmití a quien redactaba el informe que había sido agredido, a lo que él hizo caso omiso. Entre tanto, dos individuos de rasgos nórdicos, vestidos de traje negro, y con la cabeza rapada (de quienes deduje que eran agentes israelíes) supervisaban los acontecimientos manteniéndose en un segundo plano. Cuando me trajeron mis pertenencias que habían quedado abandonadas en los graderíos me llamaron la atención sobre una navaja campestre (de las que se usan para pelar la fruta) que entre otras cosas llevaba en el bolso, y comenzaron a discutir entre ellos, en tono evidentemente alto para que les pudiera escuchar, sobre la idoneidad o no de incluirla en el informe en calidad de “arma blanca”. Ignoro si el motivo de los comentarios era amedrentarme o realmente pretendían distorsionar deliberadamente la magnitud de los hechos. Una vez puesto en libertad y acudiendo a los servicios de Urgencia del Hospital de Santiago, me tope con la dura realidad, asumida por todos los estamentos sanitarios (desde recepcionista, a enfermero, o doctora) de la impunidad institucionalizada. El comentario generalizado era: «nosotros te hacemos el parte de lesiones, pero no esperes que esto vaya a llegar a ninguna parte...».
Así pues, asumiendo mi indefensión y la inutilidad de emprender cualquier proceso legal contra mis agresores, apelo al menos a los medios de distribución que estén a mi alcance para socializar esta información, esperando que quien tiene las herramientas para ello (representantes políticos y medios de comunicación) adopten con responsabilidad las medidas a su alcance para que no se vuelvan a repetir estos episodios de persecución, hostigamiento, y coartación de la libertad de expresión contra el movimiento BDS.
Koldo Alzola. Activista del movimiento BDS (Boycott, Divestment and Sanctions,-Boicot, Desinversión y Sanciones-)
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