Asier Andrés
La bandera rojinegra sandinista volvió a ondear en la Plaza de la Revolución y por un momento pareció que nada había cambiado en las últimas tres décadas. Nicaragua celebró el trigésimo aniversario de aquel día en el que unos comandantes guerrilleros, a los que el pueblo nunca había visto antes en persona, bajaron de las montañas, entraron en Managua y pusieron fin a los 45 años de dictadura dinástica de la familia Somoza. Y con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de vuelta en el poder -desde 2007- los actos de conmemoración fueron a lo grande. La Plaza de la Fe, contigua a la de la Revolución, se convirtió en un marea rojinegra. Decenas de miles de ciudadanos de todo el país se congregaron en Managua, demostrando que el Frente aún forma parte de lo más profundo de la sociedad nica; que es algo que va mucho más allá de un partido, que el FSLN es toda una institución que liberó al pueblo y dignificó a un país postrado por una dictadura familiar.
Todo igual, pero menos
Y en el trasfondo, el centro histórico de Managua, que sigue en, gran parte, tal y como lo encontraron aquellos guerrilleros en 1979. El reloj de la antigua catedral aún marca la hora de aquel fatídico día de 1972 en el que la tierra tembló y la ciudad quedó en ruinas. El tiempo quedó congelado en ese instante. El centro de la capital nicaragüense fue destruido por el gran terremoto y hasta la fecha no ha sido recuperado.
Claro que si es fácil encontrar semejanzas con el pasado, hallar las diferencias lo es más aún. La propia Managua es un reflejo de cómo los tiempos han cambiado. Sólo hay que dirigir la vista más allá del antiguo centro en ruinas para encontrar la ciudad «neoliberal», el lugar en el que los centros comerciales se intercalan con los barrios dónde la pobreza sigue siendo sobrecogedora, donde los coches 4x4 de lujo comparten las calles con la gente descalza.
Y junto a estas transformaciones, las vividas por el propio FSLN. Un rápido repaso a quiénes se encontraban sobre la tarima el pasado domingo, junto a Ortega, permite descubrir los nuevos tiempos en los que está inmerso el sandinismo. Allí se encontraban, por supuesto, la esposa del presidente, Rosario Murillo, su mano derecha, la principal ideóloga actual del Frente, responsable del discurso religioso y «de reconciliación nacional» que en la actualidad propugna Daniel Ortega. También el comandante Bayardo Arce Castaño, el único de los nueve comandantes históricos del FSLN que ejerce un cargo de responsabilidad en este segundo gobierno sandinista. Arce ha pasado de ser un marxista de la línea dura del Frente a ser empresario y también el principal intermediario de Daniel Ortega en sus negociaciones con el sector privado.
Pragmatismo y gobernabilidad
El sociólogo Andrés Pérez Baltodano sostiene que, convertida en una organización ultra pragmática cuya razón de existir es la acumulación de poder de sus líderes, el FSLN ha seguido una política de pactos para repartirse las instituciones del Estado y no inquietar demasiado al sector hegemónico de la economía: los bancos. El principal es el que todos los nicaragüenses conocen como «el Pacto» a secas, el que mantienen Ortega y Arnoldo Alemán, el que fuera presidente (1997-2001) y pequeño empresario, admirador confeso de la dinastía Somoza. En un país en el que los acuerdos entre caudillos como solución a los conflictos han sido una constante histórica, el pacto entre el FSLN y el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Alemán es, en la actualidad, el eje entorno al que gira la política nicaragüense.
El hecho de que Daniel Ortega haya elegido como vicepresidente a Jaime Morales Carazo, ex directivo de la Contra y padrino político de Alemán, es un indicativo de cuáles son las prioridades actuales del Frente. Y es que el Pacto ha tenido amplios réditos para los sandinistas. «Ellos ya no creen que sea tan necesario ganar apoyo popular para llega al poder, creen que les basta con tener pactos», opina el ex comandante Henry Ruiz, uno de los nueve que dirigió la Revolución y que hoy milita en el Movimiento de Rescate del Sandinismo, una de las dos escisiones del Frente -la otra es el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS).
Este giro en la estrategia seguida por los sandinistas, defendido desde sus filas como una búsqueda necesaria de la «gobernabilidad», ha hecho que el Frente, en gran parte, se perciba como un partido tradicional, como parte del establishment, y que por tanto su lógica sea esencialmente conservadora. Muchos incluso sostienen que el FSLN hace mucho que murió como institución. Sin Dirección Nacional, ni Asambleas Sandinistas, en el partido ya no existen las instancias de decisión, solo el poder de Ortega, alegan con frecuencia militantes críticos. «El Frente ya no es un movimiento social, es una fuerza electoral. Como partido quedó disuelto con el Pacto. Es una maquinaría electoral eficaz que tienen unos 12.000 activistas y fiscales, que saben defender el voto, y sacar a la gente de casa para ir a votar», comenta el periodista William Grisgby.
Aún así, muchos de ellos prefieren dejar a un lado estas contradicciones y juzgar a este gobierno por sus políticas sociales. La gratuidad de la salud y la educación se señalan como los principales logros. «Son cosas pequeñas para el que está acostumbrado a vivir bien, pero para la gente miserable eso ha sido la gloria. Lo que sí ha habido aquí es un cambio de orientación de a quién van los beneficios del poder político. Hasta 2006 beneficiaron a los financieros. De 2006 para acá, hay otros resultados. Y sin tocar el sistema», insiste.
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