El proceso de reformas impulsado por los maoístas en Nepal se ha visto frenado de golpe. Tras nueve meses de encabezar un gobierno de coalición, en el que como principales éxitos –por no decir los únicos, y estos aspectos se abordarán en un artículo posterior- hay que mencionar la abolición de la monarquía, la proclamación de la República Democrática Popular Federal y las reformas en el sector fiscal (con un incremento de la recaudación del 35’4%) el primer ministro ha dimitido en protesta por la decisión del presidente de reponer en su cargo al jefe del Ejército, previamente destituido por el gobierno ante las reiteradas muestras de desobediencia y, en especial, por su oposición a cumplir uno de los aspectos claves del acuerdo de paz firmado en 2006 y recogido en la constitución provisional que rige en estos momentos: la incorporación de los combatientes maoístas al Ejército.
El plazo inicial impuesto por el gobierno presidido por los maoístas, que dicha incorporación se haría en seis meses, ha sido sobrepasado con creces y no hay visos de que se logre. Si ello no fuese así, los maoístas habrían perdido en el ámbito político lo logrado en el campo de batalla durante los 10 años de guerra popular prolongada que mantuvieron. La pretensión maoísta, avalada por los diferentes acuerdos firmados y que se han convertido en papel mojado una vez que los combatientes del Ejército Popular de Liberación quedaron acantonados en 7 grandes campamentos y en otros 21 más pequeños y sus armas guardadas en contenedores bajo control de la ONU, era que uno de sus comandantes fuese nombrado General de División del nuevo Ejército y varios otros brigadieres. El grueso de combatientes debería incorporarse en pleno para que así se eliminase de raíz la posibilidad de un golpe reaccionario, se subordinasen los militares al poder civil y se convirtiese ese nuevo Ejército en una herramienta más del cambio social. Otros podrían quedar incorporados en las fuerzas de policía y en las de fronteras.
Eso era lo que el Partido Comunista de Nepal (maoísta) decía en agosto de 2008, cuando después de cuatro meses logró formar gobierno pese a haber perdido la presidencia del país, en manos de un reaccionario del Congreso Nepalí, el partido tradicional de los caciques y terratenientes y aliado natural de India. Poco tiempo más tarde, en noviembre de 2008, el PCN (m) celebró un Consejo Nacional en el que llegó a la conclusión de que estaban en el gobierno, pero no tenían el control del Estado y consideraban que los principales obstáculos eran el Ejército y los países que tradicionalmente han tenido influencia en los asuntos internos de Nepal, como India, EEUU y Gran Bretaña.
Esto mismo es lo que acaba de manifestar el ex primer ministro, Pushpa Kamal Dahal, conocido como “Prachanda”, al manifestar que el Partido Comunista Unificado de Nepal (maoísta) –nuevo nombre tras el proceso de unificación con el Partido Comunista de Nepal (Centro de Unidad) realizado en enero de este año- es el único que no sirve a los intereses imperialistas: “El jefe del Ejército está ridiculizando la supremacía civil y los partidos que le apoyan son antinacionalistas, antidemocráticos y agentes de fuerzas reaccionarias extranjeras” (1). Frente a ello, el PCUN (m) va a poner en marcha un movimiento que “recupere la supremacía del pueblo”.
No lo tiene fácil, como no lo ha tenido en los nueve meses que ha estado en el gobierno. Aunque las movilizaciones maoístas se están produciendo a diario con la finalidad de que el presidente de Nepal dé marcha atrás y acepte el despido del jefe del Ejército, el llamamiento a la calle no tiene otra pretensión que servir de presión para una nueva negociación con las formaciones que hasta ahora estaban incluidas en el gobierno de coalición, los socialdemócratas de la Unificación Marxista Leninista (a pesar de tener este nombre) y los derechistas del Foro de los Derechos del Pueblo Madhesi. Y estas formaciones no tienen ningún interés en un cambio político que trastoque la correlación de fuerzas y haga perder a las clases reaccionarias de Nepal el poder que detentan, para lo que saben tienen el respaldo de dos importantes potencias imperialistas: India y Estados Unidos.
Estas dos potencias son las que están desestabilizando el proceso nepalí desde el mismo momento del acuerdo de paz en 2006 -las movilizaciones de masas fueron suspendidas por la presión de India (2)-, se acentuaron con la formación del gobierno interino (3) y comenzaron a ser descaradas cuando el ex primer ministro realizó un hecho que trascendió el simbolismo: su primera visita como jefe del gabinete no fue a India, como todos sus predecesores habían hecho en un símbolo de vasallaje, sino a China. Ya lo había manifestado en su toma de posesión “Prachanda” al afirmar que iba a hacer de Nepal “el eje del comercio entre China e India”, pero lo que no era más que una expresión retórica pasó a convertirse en realidad con ese viaje.
La injerencia India
El gobierno de Nueva Delhi consideró el hecho como una auténtica afrenta. El objetivo del imperialismo indio era, y es, eliminar o moderar a los maoístas nepalíes hasta convertirles en una “izquierda democrática” al estilo de los partidos comunistas que gobiernan en los estados indios de Bengala Occidental o en Kerala, es decir, hacerles funcionales para el sistema capitalista y servir al mismo tiempo a los intereses imperialistas indios en múltiples cuestiones como, por ejemplo, posponer la renovación de acuerdos económicos y tratados como el de Mahakali (de 1950) en virtud del cual India se beneficia casi exclusivamente de las aguas de esa zona de gran importancia en el Himalaya y que los maoístas querían renegociar al calificarlo de “obsoleto y desigual”. India tiene un interés estratégico en asegurar la estabilidad de las fuentes de agua del Himalaya, donde se sitúan algunos de los ríos más vitales de esa parte del mundo. Además, planeaba lograr impresionantes contratos de generación y explotación de hidroelectricidad que ahora se veían amenazados con el giro dado por el nuevo gobierno hacia China. India venía observando con un creciente nerviosismo estos movimientos, así como los rápidos avances comerciales entre Nepal y China que se habían venido realizando en estos meses de gobierno maoísta y que se plasmaron en la firma de un acuerdo para construir un servicio de ferrocarril entre Lhasa (la capital de Tíbet) y Nepal. Eso rompería el monopolio comercial que tiene India en estos momentos sobre Nepal.
Sin fronteras marítimas, Nepal depende de India para el comercio y los suministros esenciales de alimentos y combustible, entre otras cuestiones; muchos hindúes nepalíes trabajan en India y las dos naciones comparten cultura hindú. Nada más y nada menos que un tercio de la población nepalí (9 millones de un total de 27) son de origen indio y, en su mayoría, de religión hindú. De hecho, el depuesto rey Gyanendra es considerado por una parte importante de la población nepalí como la encarnación del dios hinduista Vishnú. Su fuerza es aún notoria no sólo entre los reaccionarios, sino entre los campesinos de Terai, región India quiere convertir en una zona-tampón para evitar puedan refugiarse en el país del Himalaya los maoístas indios que actúan en dos de los estados fronterizos con Nepal como Bihar y Uttar Pradesh.
No es extraño, por lo tanto, que desde el inicio del gobierno maoísta la injerencia india se haya propuesto poner palos en la rueda de esta experiencia reformista, que no revolucionaria. Para ello ha jugado la baza de su valor más seguro: el Ejército de Nepal. Desacreditados como estaban el resto de partidos, debilitados tras el triunfo maoísta en las elecciones -el PCUN (m) consiguió el 40% de los escaños-, el margen de maniobra no era grande aunque han hecho lo que han podido, como el hacerse con el control de la presidencia del país y de la vicepresidencia, retrasar la elaboración de una nueva Constitución y oponerse a la incorporación de los combatientes del EPL al Ejército.
Las visitas de los generales nepalíes a India han sido frecuentes y el paso de desobediencia dado por su jefe no hubiese sido posible sin contar con el respaldo indio. Pese a que el gobierno de Nueva Delhi niega cualquier tipo de intromisión en la crisis que vive Nepal, sus propios medios de comunicación se han hecho eco de estas visitas así como de la más reciente, la llevada a cabo por el ex rey el día 5 de mayo y sus contactos con dirigentes indios (4) y que tuvieron lugar dos días después de que el primer ministro maoísta destituyese al jefe del Ejército y un día antes de que el presidente desautorizase esa orden y restituyese al militar depuesto. En el ínterin, el embajador de India en Nepal, Rakesh Sood, se había reunido en varias ocasiones con el ex primer ministro maoísta para intentar que no tomase esa decisión y cuando se tomó Nueva Delhi le llamó “para consultas urgentes”. Al mismo tiempo, y como forma clara de presión, el gobierno indio canceló un encuentro bilateral con el ministro nepalí de Recursos Hídricos. India no quiere que bajo ningún concepto los maoístas se incorporen al Ejército de Nepal porque sentaría un precedente peligroso para sí mismo. Los maoístas indios se extienden como una mancha de aceite y cuentan con un poderoso Ejército Popular de Liberación que actúa en 14 de los 28 estados de India y que se está revelando como la principal amenaza contra el sistema capitalista indio (5). Además, Nueva Delhi no quiere un nuevo frente en sus fronteras como los que ya tiene con Pakistán y Sri Lanka.
EEUU y su lista de terroristas
El hecho de que el PCUN (m) haya sido votado por más de la tercera parte de los nepalíes en las elecciones y cuente con el 40% de los escaños en el parlamento no impresiona a los EEUU. Durante los 10 años de guerra popular los maoístas eran, simplemente, terroristas. En los tres años de proceso de paz también. Y durante el tiempo que han estado en el gobierno, lo mismo. En la última lista de malos malísimos del mundo para EEUU aparece el PCUN (m) catalogado como “terrorista”. El tan alabado nuevo presidente estadounidense no se deja influir por la realidad. Ellos no están equivocados y los nepalíes sí, y hay que hacérselo ver. Por eso su embajadora en Nepal, Nancy J. Powell, mantiene contactos “permanentes” con las fuerzas “democráticas” y se ha opuesto con vehemencia al intento maoísta de subordinar el Ejército al poder civil.
La importancia estratégica de Nepal para los EEUU debido a su posición geopolítica entre dos colosos como India y China se pone de manifiesto con el hecho de que tienen una embajada “de mediano tamaño”, es decir, similar a la existente en el Estado español o en Italia, por poner un ejemplo, cuando el potencial político y económico de los dos países es totalmente diferente del nepalí. Los EEUU han hecho lo posible y lo imposible por mantener la monarquía y, al no conseguirlo, han presionado con fuerza a sus aliados reaccionarios para romper con los maoístas, han visitado los cuarteles y amenazado en reiteradas ocasiones con suspender la ayuda a Nepal si los maoístas radicalizaban su política.
La penetración de China
India teme un “encierro lento” en la zona por parte de China, que está utilizando su influencia económica para ganar influencia en toda la región, desde la construcción de un puerto en Sri Lanka a la venta de armas a Pakistán o al citado ferrocarril que unirá Nepal con el Tíbet. En los nueve meses que ha durado el gobierno maoísta una docena de delegaciones chinas, entre ellas dos militares, han visitado el país. El comercio entre Nepal y China es más débil que el que tiene lugar con India, pero el creciente nivel de compromiso con Pekín puede convertir a Nepal en un socio estratégico. El interés chino en Nepal tiene, principalmente, un elemento geopolítico de relieve: el país está situado en una posición geográfica inmejorable en el sur de Asia y es un pasaje natural que une China con el Asia meridional. Consolidar su presencia en ese país es esencial como instrumento de fortalecimiento de la presencia china en esa zona rebasando así a India. China en estos momentos tiene una presencia estratégica en el sur de Asia (Pakistán, Sri Lanka y Bangladesh) y Nepal sería la pieza que le falta para redondear una sólida esfera de influencia.
Hay, demás, otro dato importante: el control de la frontera con el Himalaya tibetano, habitualmente utilizada por quienes defienden la independencia del Tíbet para pasar a India. El PCUN (m) ha manifestado en reiteradas ocasiones que no sólo mantendría una línea de neutralidad entre India y China, sino que haría lo posible por garantizar la estabilidad en el Tíbet.
Los errores maoístas
Con todo, no hay que tener temor a hacer una crítica a los maoístas, inmersos en una dura batalla interna desde que en 2005, en plena guerra, se manifestasen dos tendencias dentro de la organización: la de quienes entendían que para lograr el establecimiento de la “Nueva Democracia”, el socialismo y el comunismo había que pasar, inevitablemente, por una fase de transición burguesa y la de quienes entendían que aún siendo esta una táctica correcta había que aprovechar la fase burguesa para realizar una amplia reorganización del poder estatal para resolver los problemas de clase, nacionalidad y de castas.
Esa batalla se cerró sin escisiones y con el compromiso de trabajar en esa línea pero, a raíz de las movilizaciones populares un año más tarde que lograron el restablecimiento del Parlamento y la derrota de la monarquía feudal, se puso el acento en el proceso de paz y se teorizó que los objetivos seguían siendo los mismos pero desarrollados de forma pacífica. Los maoístas hicieron concesión tras concesión, como disolver la mayoría de sus gobiernos locales que funcionaron durante la etapa guerrillera, así como las cortes de justicia del pueblo. Las cooperativas, comunas e instituciones de salud y educativas o bien desaparecieron, en algunos casos, o pasaron a ser más débiles que en el pasado guerrillero. Y en una última decisión, clave para alcanzar el acuerdo que les permitió encabezar el gobierno, disolvieron la estructura militar en la que se encuadraban sus juventudes. Un sector importante del partido consideró que eran demasiadas concesiones en muy corto espacio de tiempo mientras que las fuerzas reaccionarias no habían aceptado la integración de los combatientes maoístas en el Ejército, habían saboteado la reforma agraria revolucionaria y se negaban a aceptar el derecho a la autodeterminación. Este sector consideró que la dirección, representada por el ex primer ministro “Prachanda”, habían caído en un “negociacionismo excesivo” y que había que revertir la situación. En el Consejo Nacional de noviembre de 2008 ese descontento se plasmó en dos líneas: la de “Prachanda” y la de Mohan Vaidya, “Kiran”, un alto responsable del EPL. El debate se centró en la alianza que los maoístas mantenían con formaciones políticas que representan al viejo estado, a la monarquía y a los terratenientes (en referencia a los coaligados PCN-UML y maderistas), así como en la necesidad de acelerar un proceso que, en palabras de los críticos, estaba dejando la revolución “incompleta” porque, en caso contrario, los maoístas estarían en el camino de convertirse en cualquier otro de los desacreditados partidos parlamentarios. There is frustration regarding the selection of candidates to ministerial positions. Al mismo tiempo, había mucha frustración con la selección de candidatos para cargos institucionales, con acusaciones concretas de nepotismo y favoritismo.
Aunque formalmente el debate se cerró con un compromiso de ambas partes, la línea contestaria resultó ganadora. Esta línea, conocida como “Línea Kiran”, está respaldada por los combatientes maoístas del EPL que ven cómo se degrada cada vez más su nivel de vida en los campamentos bajo control de la ONU. Los retrasos en el pago de salarios han sido frecuentes, la situación sanitaria es deplorable, la electricidad escasea y están apareciendo enfermedades debido a las miserables situaciones higiénico-sanitarias existentes en los campos donde están acantonados. El retrato que hacía un periódico nada partidario de los maoístas es suficientemente esclarecedor: “La paciencia de los combatientes, que lucharon durante 10 años contra el ‘feudalismo’, se está agotando ya que se ven privados de los sueldos y otras facilidades en los últimos dos años. La quinta División del EPL, situada en Dahawan (distrito de Rolpa), es uno de los acantonamientos de zonas remotas. Aquí la temperatura cae por debajo de los cero grados centígrados. No hay suficientes habitaciones para todos, algunos viven el pequeñas casas fuera del acuartelamiento mientras que otros se ven obligados a permanecer en tiendas de campaña, incluso tiritando de frío. (…) En esta división hay 2.440 combatientes de los 19.602 certificados por la Misión de Naciones Unidas para Nepal. (…) Los combatientes del EPL se ven obligados a vivir en una condición miserable debido a la falta de servicios básicos a pesar de ser los maoístas quienes dirigen el gobierno del país” (6).
El gobierno maoísta no podía aguantar más la constante dilatación del proceso de incorporación de sus combatientes al Ejército. Ante las constantes violaciones del acuerdo de paz por éste, como la contratación de cerca de 3.000 nuevos soldados, y la reiterada negativa a admitir a los miembros del EPL bajo el argumento de que están “adoctrinados políticamente”, el gobierno cesó al jefe del Ejército, repuesto a los pocos días por el presidente en un acto, nuevamente, inconstitucional. La falta de avances en este aspecto es la clave de todo el proceso. Pero de eso se hablará en otro artículo.
Notas:
(1) New Republic, 10 de mayo de 2009.
(2) Alberto Cruz, “La presión de India pone fin a las protestas antimonárquicas” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=30690
(3) Alberto Cruz, “La nueva etapa de Nepal ¿reforma o revolución?” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article488
(4) The Hindustan Times, 5 de mayo de 2009.
(5) Alberto Cruz, “La izquierda en India, la revolución naxalita” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article278
(6) The Himalayan Times, 6 de enero de 2009.
albercruz@eresmas.com
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